Escucho tus pasos en la escalera esperando en estas sombras
que habitan mi agonía.
El tiempo se detiene cuando estás aquí. Nada se compara a
esta sensación de angustia que corroe mis huesos, ni a estas mariposas amargas
que tiemblan en mi vientre, ni a este sabor informe que llena mi boca dejándome
paralizada. No, nada se compara a vos, me lo dejaste muy claro.
La puerta se abre y tu sombra me ahoga antes que tus manos. Las
piernas se me convierten en barro. La boca se me seca, el grito muere antes de
nacer y dejás en mi piel expuesta tu impotencia.
Es mi culpa decís, y
yo lo acepto.
Debo arrodillarme pienso, hacerme un ovillo y esperar a que
todo pase. Sí, eso es lo que hago. Huir no es una opción cuando la prisión está
forjada de amenazas que silencian la inocencia.
Quizás si le dijera a
alguien pienso, y escucho tu voz en mi cabeza: ¿Quién te va a creer?
Mi cuerpo responde a tu olor, la sangre huye de mí cuando
estás cerca exudando ese hedor agrio que desprende el miedo.
Mis manos conocen de memoria el camino de la vergüenza. Ante
el rechinar de tus dientes responden por reflejo cubriendo mi rostro ante la humillación
y la culpa.
¿Y a quién le vas a
decir?
Pero no me ves, soy el lecho donde reposa tu ira.
No existís
Jamás me atrevería a decirte que soñé muchas noches con
dejarte, con enfrentarte, con detenerte, con devolverte el golpe, con ser un
monstruo al que seas vos quien temas.
Guardo muy profundo las veces que me paré frente al espejo repitiendo
una y otra vez: Hoy es el día. Pero el
veneno me paraliza y tiñe mis sueños de cobardía.
¿Y quién te va a
aceptar así rota?
Los años pasaron y tu brutalidad quedó convertida en rutina,
en sabor a sangre, en temblor y
silencio, en gritos encarcelados, en resistencia muda.
Siempre se puede soportar un poco más ¿verdad? Perdón. No es tu culpa, es mía.
Me acostumbré a todo hasta que dejé de sentir. Por ejemplo,
hoy no siento el corazón endurecerse. No siento mis puños apretados. No siento
esa sensación de culpa que suele habitarme.
Me veo sucia, como un espejo que refleja tu dolor y tu ira.
Somos víctimas de
víctimas.
Miro a la gente pasar mientras late dentro de mí este
secreto que me avergüenza y me pregunto ¿qué
se sentirá vivir sin miedo? Sonreír
porque quiero y no porque debo para que no te enojes. No tener que correr para
llegar a casa a tiempo para evitar tu ira. No tener que pensar que debo decir
para calmar tu furia.
¡Callate estúpida! gritás,
pero ya no te escucho.
Ahora lo sé. Ya es tarde. Existe un mundo allá afuera y ni
vos ni yo formamos parte de él.
Mis ojos se despegan, despacio, dolorosamente y me doy
cuenta de que era tan simple: Nada allá
afuera, puede ser peor que esto.
No sos la vida, vos sos el dolor y la muerte.
¿Escuchás?, mi corazón ya no late al ritmo de tu furia. Las rejas del miedo se disuelven y forman un
escudo que me protege. La puerta se abre, extiendo mi mano y tomo otra que no
es la tuya. Doy un paso, vacilante sí, pero es mío y no estoy sola, somos
muchas, somos todas.
Hoy es el día y vamos por vos.
#NiUnaMenos
©Mercedes Mayol
0 comentarios:
Publicar un comentario