Ya lo decía mi mamá cuando la tía
Clotilde me mandó a estudiar periodismo a Buenos Aires, y lo más cerca que
había llegado era a la aspiradora de la redacción del diario.
Y ahí estaba limpia que te limpia
mirando a esa pobre chica tan triste y sola que me partía el alma. La pobre pasaba
los días en ese escritorio adornado con porcelanas de gatitos y bailarinas y
una maceta con una flor de plástico. No tenía ni una sola foto de nadie que la
quisiera la pobre. Rubiecita y chiquita como una de esas muñecas de las juguetería
que le mandaba a mi sobrina la Nelly cada vez que cobraba el aguinaldo, pero
triste.
Como todas las noches después de
que se iba, me ponía a limpiar el escritorio y me esmeraba ahí más que en
cualquier otro a que le quedara bien lindo para darle aunque sea una alegría a
la Carolina. Ella me trataba re bien, aún con esa sonrisa triste que tenía
siempre me trataba bien y se acordaba de mi nombre. Decía, gracias Matilde, buenos días Matilde, buenas noches Matilde.
Siempre tan buena ella, no como el de policiales que es un viejo malo y baboso.
A ese le limpio lo justo e incluso le cambio las cosas de lugar cuando puedo
aunque después putee y pregunte con esa voz de fumador asqueroso ¿Quién contrató a esta negra retardada?.
Así me dice, negra retardada. Yo sé bien
quién es quién en este lugar. Lo tengo bien clarito y si el viejo me pide un
café, se lo escupo antes de dárselo. Justicia divina. Ya lo dice diosito en la
biblia: Recogerás lo que entierres.
Y así fue. Anoche la vi irse llorando y en un acto, reflejo
de la angustia por verla así, enseguida me puse a limpiar su escritorio. Le pasé
la franela a cada una de las figuritas de porcelana, le pasé el Blem a la
florcita de plástico hasta que quedó bien brillante y hasta limpié con
limpiavidrios al monitor de la compu. Después levanté el teclado para limpiar
abajo y fue entonces que sucedió. La pantalla se prendió y la carta estaba ahí
a la vista de cualquiera. No tendría que haber leído pero me dio un saltito en
el corazón de la emoción como cuando una ve una señal del cielo. Siempre estaba
apagada y anoche se prendió solita. Si eso no es una señal, no sé qué sea. Y la
carta decía así.
Mi
amada Carolina
Hoy
te vi pasar otra vez y desee con desesperación tenerte cerca para decirte todas
las cosas que siento. Ambos estamos solos y somos incomprendidos. Esta
distancia no hace más que acrecentar el dolor y la ansiedad de nuestra
ausencia. Como siempre, me dejé llevar por el ensueño de tenerte solo para mí
en un lugar donde nadie pueda interrumpirnos, pero como dije en las cartas que
te he enviado, esto es un acto de a dos. Una palabra tuya y juro que nadie más
te hará sufrir.
Tuyo
siempre
G.
P/D:
Lamento mucho lo de tu gato. Se lo que significa para vos.
Si hasta me la acuerdo de memoria
de tantas veces que leí el mail del tal G con el corazón latiéndome como un
loco, casi que podía escucharlo mire. Imagínese, dos almas solitarias sin amor
separadas por el capricho del destino como diría Corín Tellado. ¿Por qué debería
estar tan sola y triste con el amor llamando a su puerta? ¡Cuánto amor
desperdiciado! por timidez más que seguro, porque otra explicación no había. Y él,
¡que caballero! No se iba a acercar salvo que ella le diga que sí. Hombres así
no se consiguen fácilmente, no señor, este era un caballero enamorado y
sensible que se conmovía hasta por lo que le pasaba al gato. Ya quisiera yo
encontrar uno así y no como Ramón que solo piensa en comer y emborracharse en
el bar mientras juega billar con los amigos. No señor, este no es como Ramón, es
un hombre de verdad. Eso pensé y seguí limpiando y se me fue la cabeza
imaginando a esas dos almas solitarias encontrándose en la plaza, besándose y
llevando al gato al veterinario juntos de la mano. Las despedidas a la mañana
en medio de risas y besos. Los paseos en bicicleta por Palermo. Si hasta me lo
imaginé a él arrodillado pidiéndole matrimonio y la cara de felicidad de la
pobre Carolina al decir que Sí. ¡Si
quiero G. si quiero!
Y mientras tanto seguía
limpiando, soñando y volvía a releer la carta y esa flechita que decía responder en la pantalla.
Cuando terminé de limpiar llamé a
la Clotilde y le conté todo. Fue claro como el agua, era el destino. Diosito me
había puesto allí por una única razón como decía ella, así que fui hasta el
escritorio, escribí sólo una palabra: Sí y apreté la flechita de responder. Ahí
fue derechito la flecha de cupido directo al corazón de G y Carolina.
Así como se lo cuento fue,
comisario. ¿Cómo iba a saber yo, una humilde limpiadora que el tal G era un tipo
que la perseguía y la iba a matar como había matado al gato?
¡Que tragedia!
No, si ya me lo decía mamá cuando
la tía Clotilde me mandó a estudiar periodismo a Buenos Aires, el camino del
infierno m´ija, está sembrado de buenas intenciones.
©MercedesMayol
Copyrigth Buenos Aires, 2019
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