Hace tiempo que despierto con esta sensación
de gota enhiesta que no termina de caer de algún grifo oxidado. Me pesa el
cuerpo, me arrastro, pero no termino de estrellar el coraje que requiere irse
al fin por el desagüe y unirse al resto de la humanidad que fluye sin saber,
sin que les importe un carajo lo que sucede dentro del mundo. Levantarse,
desayunar un mate a las apuradas, darle un beso de despedida a la vieja que ya
no desean pero no sueltan, trabajar, comer, dormir y Tócala de nuevo Sam.
Hoy no es un día diferente a otro, hoy es la
pantalla de un cine porno en Lavalle, repitiendo la misma película una y otra
vez, con los mismos espectadores que se masturban entre ellos para sentirse
vivos. La definición de quién se es realmente depende y pende de los hilos que
entretejen paradigmas y máscaras que nos imponen a enfrentar. Lo que es arriba es debajo de mi cama. ¿Era
así el axioma?.
Mis mañanas no son buenas ni malas, no son.
Quizás porque despierto sin ese enredo de piernas, sin el peso y el calor de
otro cuerpo, sin gemidos ni el aliento entrecortado, de un otro a quién amar,
de otro en el cual vaciarme entera desde los bordes de la pasión hasta el fondo de la condena. Tal vez porque,
la salida del sol, me recuerdan esta
soledad que no refleja la nada, que no araña los espejos, ni espera para doler
luego. Una soledad absurda, pero mía de la cual soy compañía. En algún lugar
del camino, me bifurqué en laberinto, en mujer de insomnios, de sueños lúcidos,
lúbricos y húmedos, insomnios tibios que me llevan a las puertas níveas de la
inocencia o para ser más exactos, la inconsciencia perdida, porque para ser
realistas, ¿que diferencia a un ser humano inocente de otro que no lo es?,
ignorar o saber, esa es la frontera, si la cruzas estás en muerto y yo la
crucé.
Cosa sorprendente encontrarse con uno mismo de
improviso y sin aviso. Espanta la ignorancia de no reconocerse, la ceguera
y sinrazón de deambular por la propia
existencia hasta chocar de frente con alguna verdad extraviada para implotar
luego.
Estallar no es una opción cuando se adolece de
estrellas. Yo elegí, ser transparente,
etérea, translúcida, teñir la existencia con el rojo furioso de la sangre que
corre por mis venas, caliente y desesperada en un mundo donde habitan los
fantasmas.
Decidir vivir, sobrevivir, sentir hasta el
filo del abismo, un abismo construido de falencias, de sombras y vidrios
quebrados que se funden entre mis piernas para transformarme en el cáliz del
que beben los sedientos.
Yo elegí ser la fuente donde se derraman los
sueños y desembocar en la vida.
Bene qui latuit, bene vixit.
©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
14 de julio de 2015
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