El sordo murmullo de la ciudad, una marea de rostros ausentes recorriendo las rutinarias veredas a las cuales de tanto andar se les conocen las baldosas flojas, los dibujos quebrados, los colores.
Voces ajenas y a la vez tan cercanas de seres que se encuentran en un pequeño bar de Av. de Mayo, quizás para olvidar las penas, o tal vez para recordar viejas anécdotas tan repetidas como esas veredas desgastadas por los pasos.
Un puesto de diarios y el consabido transeúnte desorientado buscando una dirección, un lugar o la entrada al subte que solo está unos metros mas allá y a la cual no ve por ese efecto que produce Buenos Aires de inmensidad y caos que aturde los sentidos.
Un café a medio terminar en una mesita junto a la mía. Una cita a medio hacer o la urgencia de alejare lo han dejado solo e incompleto en un destino interrumpido…
El mozo malhumorado que carente de sonrisas apoya con desgano el café que he pedido, y al cual dejo una propina por costumbre o por no detenerme a pensar de si es merecedor o no de tan nimio regalo.
Unos pies reposando sobre una silla que descubro no son míos y a los que envidio un poco por no sentir esa necesidad absurda de mantener las formas.
Abogados que reconozco por la manera de hablar y por esa mirada que durante algunos años compartí y en la que me vi inspeccionada.
Estudiantes bulliciosos riendo a carcajadas de cosas sin sentido, compartiendo todo y nada de una vida que recién comienza, sin preocupaciones visibles en un horizonte tan basto como la eternidad misma.
Mujeres, ah…las mujeres que salen de trabajar son de por si el paisaje mas bello y dramático todos. Algunas recorriendo las calles como si les pertenecieran, otras discutiendo airadamente a través de ese infame instrumento llamado celular con un interlocutor tácito y ausente. Otras, caminan vencidas, como esos árboles cuyas ramas se arrastran cargadas de frutos, y cuyo peso inhabilita al corazón a sentir ese logro merecido.
Mas allá, solo un par de mesas me separan de las confidentes, de las que comparten secretos, dudas, criticas…dolores y que están siempre, a pesar de la falta de tiempo, a pesar de las prisas, a pesar de los reclamos.
Perdidos en las calles oscuras, la silueta de los cartoneros se mueven en medio de las bolsas de basura, buscando en aquello que desechan los hombres de traje, algo que pueda servir de sustento en una vida tan oscura y triste como la calle en la cual se encuentran y a la que todos evitamos mirar y si es posible, transitar.
El olor a marihuana mezclado con un caro perfume y el rancio aroma de la basura dan esa sensación de sin sentido…de dolor absurdo, de temor abstracto.
Una movilización de una ley para celíacos invade la ciudad que los mira indiferente, tantas marchas, tantos reclamos en un hogar sin respuestas, pero que deja ese sabor sutil de haber hecho algo, de sentir que los dolores no son en vano.
Aquí, sentada en este bar de Av. de Mayo y Tacuarí, mis ojos, mi lapicera y mi cuaderno comparten este atardecer Porteño, bello, melancólico, caótico y tan mío.
©Mercedes Mayol
05-06-2011
0 comentarios:
Publicar un comentario