La aurora jamás había anidado en mi piel.
Virgen de sueños yacía mi alma oculta de las voces que pueblan el destino.
A la deriva iba mi corazón, en medio de solitarias tormentas de cielos plomizos, amarrando en puertos deshabitados y tierras en donde mis manos se resquebrajaban en la brisa.
La vida, era para mi algo tan lejano, una fantasía insomne que anegaba mis versos sedientos de ilusiones.
Siempre ame las tempestades, pues la fuerza de mi espíritu siempre me llevó a luchar rompiendo las cadenas que me ataban a lo imposible. Fui un ancla carente de terrenos fértiles. En mi soledad inmolaba mi corazón en quimeras herrumbradas.
Allí estaba yo, mirando un cristal empañado de húmedas tristezas, llevando en mi vientre ese vacío de sueños ausentes. Los Dioses del olvido y la resignación devoraban con sus fauces los espejismos que mi mente intentaba en vano erigir. Como gigantes de pies de barro, uno a uno fue cayendo en el abismo informe de la nada.
Deje de soñar, deje de esperar, pero mis manos se revelaron y derramaron en las hojas del viento la sangre pálida de mis deseos ocultos.
Las letras se enredaron en los grises nubarrones del invierno, un suspiro escapó de mis labios y el suave aliento viajó una vez más en busca de una voz que comprendiera su silencio.
Allí estabas tu, perdido en la bruma del tiempo, y tu boca se abrió inhalando el aroma que desprendían mis sueños, lejanos y a la vez dentro mío resonaron los acordes de una sinfonía triste y me resistí a creer que la armonía que hacía vibrar mi alma fuese cierta, por que algo tan bello no podía ser de este mundo.
Cerré mis ojos para no encandilarme con tu presencia, tapé mis oídos para no escuchar los susurros revestidos de dulzura que de ti emanaban, pero nada fue suficiente, pues mi espíritu de tempestades tristes fue arrasado por una tormenta de calma y sosiego que quebró la piel de mi corazón casi inerte.
Un latido, sediento estalló en mi pecho, mis manos se aferraron a tu cuerpo como un náufrago en medio de un mar fuego. Mi boca encontró en tus labios el tibio rocío que me volvió a la vida. Tu alma se entrelazó con la mía, y sonó en mi vientre la más bella sinfonía y ya no logre ni quise resistirme a tu hechizo, pues en ese instante comprendí que mi alma eligió inmolarse en tus brazos y mi voz encontró en tu boca los acordes perdidos de una bella melodía de lenguajes secretos y olvidados que solo tu podías comprender.
Aquí estoy. Hoy moras dentro de mí.
Una tempestad prisionera voluntaria de tu voz, con sus manos aferradas sin remedio a tu corazón revestido de tormentas.
sólo me queda decir qué afortunado es el hombre al que le dediques esto, es maravilloso. Un abrazo.
ResponderEliminar♥♥♥ Gracias Paolo ♥♥♥
ResponderEliminarMuy hermoso y fantásticamente profundo.
ResponderEliminar♥♥♥Muchas gracias Lili♥♥♥
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