Curioso es sentirse impar en un lugar atestado de gente.
Solo restos esparcidos de diálogos se pierden en la prisa, en esas risas, ajenas y lejanas, como ecos que rebotan contra rostros ausentes, prisioneros involuntarios de esta marea de seres extraños en la que me encuentro perdida.
Las preguntas me asaltan aciagas y sin forma ¿Quién soy? ¿Cómo he llegado aquí?
Es como si el olvido me atrapara por ese breve instante en que mi alma se retrae hacia ese nido tantas veces emulado.
El reflejo de un espejo austero y extraviado me sorprende. Me doy cuenta que esa, que me devuelve la mirada soy yo, y a la vez no lo soy, pues no logro reconocerme por completo, como si en algún lugar hubiese perdido parte de mi esencia, o quizás sea la soledad que la sublima y solo puedo distinguir la bruma que desprende el aroma destilado de mi rebelde y solitario corazón.
Mis manos se extienden y acarician la fría superficie como buscando sentir la piel ficticia que envuelve mi cuerpo…sonrío, y el cristal de plata me devuelve una sonrisa suave, pero sin sentimiento.
Me alejo de el, caminando lentamente, esquivando el roce de otros cuerpos que desprenden una calidez vacía que no deseo sentir. Atravieso una puerta y me encuentro conmigo en la proa de un barco que se mece suavemente sobre las aguas un río oscuro que refleja las luces de la ciudad como cientos de estrellas atrapadas en el manso líquido. Inspiro el aire fresco de la noche, me apoyo sobre la baranda y me pierdo en el reflejo de ese templo improvisado…un rayo de luna me envuelve como un capullo de seda y me quedo muy quieta, temiendo romper el hechizo, disfrutando del santuario improvisado que la noche me regala en ese lugar, donde esta dulce soledad me acompaña y abriga.
©Mercedes Mayol
Copyright 01-10-2011
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