Un amanecer lluvioso desperté
con tu alma temblando entre mis manos,
el cuerpo lacerado de mentiras,
la sangre manando de las gélidas heridas del abuso y la
ignorancia.
Llorabas despacio,
con temor a que te escuchen,
pues cada gemido implicaba saber que detrás de cada lágrima
se escondía el castigo.
Lloré a tu lado,
acaricié tu rostro,
te tomé en mis brazos
y sin mirar atrás, huí de allí contigo.
Me juré a mi misma que nada te lastimaría nuevamente,
pero la ignominia insistía en perseguirnos
y al verla
volvías a temblar como una hoja azotada por el viento.
Tu frágil corazón no soportaba este mundo,
de modo que te oculté de el,
de los rostros oscuros,
de las manos cubiertas de garras,
en el único lugar donde sabía no podrían tocarte los látigos
sinuosos de la traición.
Te oculté dentro mío,
profundo en mi pecho,
cubrí tus ojos con un velo de ilusión,
saqué todo rastro de maldad de mi lenguaje,
mi mirada se convirtió en la tuya
y ambas fuimos ciegas a todo aquello que no fuese puro y
bueno.
El mundo se convirtió en un cuento,
de esos en los cuales las historias de amor
culminan con un beso y un felices para siempre.
Tu sonreías ante mis relatos de princesas,
yo me esmeraba en sonreír
y no ver nada que pudiese manchar tu pureza.
Construí castillos, valles fértiles,
historias con finales felices
donde el bien siempre triunfaba sobre el mal.
A veces aun sentía el temblor de tus alas en mi pecho,
y me esforzaba mas y mas
conteniendo la oscuridad que amenazaba alcanzarnos.
Mi sonrisa se convirtió en escudo,
mi docilidad en lanza y espada,
mi ilusión en torre y fortaleza,
y allí nos encerré a
ambas.
Una torre sin puertas ni llaves,
una torre infranqueable donde solo entraba lo bueno,
o nada entraba.
Nos condene a ambas a la torre de cristal de la ilusión.
Tus alas dejaron de temblar,
pues descansabas dentro mío,
confiada en mi estrategia convertida en una frontera
que dividía claramente las luces de las sombras.
La ceguera cobró su precio,
no lo vi venir, no supe cuando la maldad cruzó el umbral,
pues habíamos dejado atrás su rostro hacía tanto tiempo.
Olvide su manera sigilosa de andar,
de moverse entre las luces que encandilaron mis ojos,
creía que la maldad solo eran golpes que laceraban el
cuerpo,
mas no me di cuenta que hay otros que destrozan el alma.
Sus disfraces eran suaves,
como la piel de un cordero herido
y corrí a rescatarlo como hice contigo.
Lo metí en mi hogar,
le abrí mis brazos,
y sin querer abrí mi pecho donde tu descansabas
dejándote expuesta y vulnerable.
En medio de una sonrisa su boca destiló el veneno,
escondida en una caricia un dardo atravesó tu pecho,
y tu,
sin mas defensas que mi frágil ilusión,
caíste a mis pies,
laxa y estremecida por un estertor que me supo a eternidad.
De pronto dejastes de temblar,
me arrodille a tu lado,
acaricié tu piel fría carente de vida,
saque de tus ojos la venda pegada a tu piel
y vi tus lágrimas…
y las mías se congelaron ante el horror de lo irreparable.
Tu, habías muerto…
y parte de mi murió contigo…
La torre se desintegró en el viento…
La tierra cubre ahora tu pequeño cuerpo,
y un frío gélido ha anidado en mi sangre…
Desprendo las espinas de la rosa que aprieto entre mis manos,
y la arrojo allí donde yaces por mi causa...
no puedo llorar…
los asesinos no lloran a sus victimas…
los árboles se agitan con la brisa y susurran una y otra
vez…
Un minuto de silencio,
hoy ha muerto la inocencia en los brazos de la ilusión…
©Mercedes Mayol
Copyright 08-10-2011
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