sábado, 26 de diciembre de 2020

Paradisum

Posted by Mercedes Mayol 17:27:00

 


El agua bajo mis pies

Salubre inocencia danzando alrededor de una hoguera

Aquelarres

De sensual ignorancia

Invocando en un mar de lunas

Agua, tierra, aire y fuego

Un conjuro, un casi tan dulce y húmedo

Como el preludio de la miel en mi lengua

Éramos felices sin saber…

Que la orfandad desbordaría

Que la tristeza anidaría

Y que el oriente traería y se llevaría consigo

La vida y tal vez el camino

Quid pro quo

El tiempo amo y señor de estos pies descalzos

Las palabras enjauladas dentro de una mordaza

El miedo, el desconcierto

Y aquella arena presente  y a la vez tan lejana

Quietud, silencio, pausa

¿Dónde ir cuando solo queda este instante?

Lej lejá…

¿Qué significan la pérdida, el amor, la esperanza?

¿Y la búsqueda?

Un sentido no sentido

Mirar sin ver  ya no es una opción

Dime…

¿Cuánto vale un abrazo?

Un balcón con flores

Un café en la terraza

Una charla porque sí

Un “traete tu mate y hablemos”

Un silencio compartido

Una risa

Un beso

¿A cuánto cotiza hoy el amor?

Agua, tierra, aire y fuego

Presente, yo invoco

La rebeldía, la risa, la pasión y la alegría

Instante perpetuo,

En el ahora me veo,

En el ahora me encuentro

Si, la vida florece salvaje

En mi propio Edén.

Si, hoy… me convertí en paraíso.  

©Mercedes Mayol

Paradisum

26-12-2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Hace falta un virus

Posted by Mercedes Mayol 19:37:00

 



Hizo falta un virus para detener nuestro mundo y este mundo… en verdad nunca fue solo nuestro.

Hizo falta un virus para darnos cuenta de que lo único constante y real, es el presente, para comprender que no somos todopoderosos sino todo lo contrario.

Que el dinero no vale nada si no estamos vivos.

Que somos tan frágiles como las alas de una mariposa y tan insignificantes como una mota de polvo en medio de un desierto.

Hizo falta un virus, para mirarnos a los ojos y mirar nuestro reflejo en el espejo sin poder huir a ningún lado por la prisa.

Hizo falta un virus para tener que estar a solas con nosotros mismos y escuchar lo que durante años nos decíamos a gritos.

Hizo falta un virus para valorar a nuestros seres queridos y disfrutarlos o darse cuenta que los estábamos padeciendo o que ese padecernos, no era nuestro únicamente.

Hizo falta un virus para estrellarnos contra nuestra honestidad y aceptar quienes somos y qué hacemos con lo que tenemos o darnos cuenta… que ya lo perdimos.

Hizo falta un virus para darnos cuenta que lo único que está en nuestras manos es lo que hagamos en este instante que ya pasó mientras escribo esto.

Hace falta un virus…

©Mercedes Mayol

jueves, 4 de junio de 2020

Anatomía de la angustia

Posted by Mercedes Mayol 16:15:00


Estoy parada haciendo fila junto un muchacho al cual solo puedo verle los ojos por el barbijo y la distancia “social”,  ambos miramos con ternura a un bebé camina junto a su madre, trata de ayudarla, lleva en sus manitas una botellita de agua que se le cae y vuelve a levantar. La madre carga un bidón más grande y es que a alguna mente brillante se le ocurrió meterle más cloro al agua corriente que es intomable, que produce gastritis y diarrea.  Al final pienso, Trump lo sugirió y nuestra mente brillante lo llevó a cabo. Es entonces cuando la ternura se quiebra, cuando el muchacho de los ojos marrones se da vuelta, mira la parcialidad expuesta de mi rostro y dice:

-          Yo no quiero traer hijos acá.

Las imágenes del mundo me abruman, la maldad, demasiada maldad toda junta pasa como una película rápida de un espacio a otro de mi mente,  se me hace un nudo en la garganta hasta que puedo preguntar.

-          Te referís a este mundo?

-          No, me refiero a esta ciudad. No tendría hijos en esta ciudad ni en ninguna otra. Me iría afuera, soy de Madariaga- dice

Y luego entra al cajero dejándome con la imagen de Madariaga y el tipo al cual un policía le sacó un ojo y eso desata el infierno de lo que veo a diario: los policías de Chaco rociando con alcohol a una familia Qom y preguntando ¿Quién les prende fuego?, de las revueltas, saqueos y la brutalidad psicópata de Trump luego del asesinato de George Floyd, de las respuestas a los posteos de las redes sociales diciendo “Si se resisten, se lo merecen”, del fiscal Rivarola diciendo que una violación en manada fue un desahogo sexual, hasta cuando me pregunto se van a desahogar con nuestros cuerpos, hasta cuándo van a seguir matando trans con una expectativa de vida de 25 años de las que nadie habla, hasta cuándo vamos a seguir temiendo caminar en las calles, hasta cuando voy a sentir ese alivio opresivo cuando mi hija abre la puerta de casa y pensar, dios mío no le pasó nada, hasta cuando voy a pensar en que si tuviese una pareja no lo traería a casa porque es hombre y tengo una hija y temo no detectar con suficiente rapidez que tal vez sea un psicópata o un violador. ¿Hasta cuándo vamos a vivir en el miedo?.

Termino el trámite, camino despacio a casa cruzándome con la parcialidad de los rostros, mientras voy preparándome mentalmente para el ritual de sacarme el barbijo, limpiarme las suelas de los zapatos en el trapo con lavandina, lavarme las manos, las pocas cosas que compré, me preparo para entrar en la burbuja, en esa burbuja que llamo hogar y que fue siempre refugio de amigxs, de adolescentes perdidas, ese hogar carente de juicios y hoy me doy cuenta que a pesar de ser tan luminoso, padezco de ceguera selectiva.

No quiero vivir así, no quiero no poder abrazar, no quiero ver parcialidades, no quiero vivir en una burbuja por más bella que sea, no, no quiero muchacho de ojos marrones vivir en este mundo. No así. Y entonces me derrumbo llorando en el sillón, aplastada por la impotencia, tratando de encontrar alguna luz en algún lado, y abro el chat para ver si algo o alguien me saca de este horror y me devuelve la esperanza, pero no, no sucede.

Alguien dice en el chat que los que sufrimos somos nosotros, que los pobres están acostumbrados, que ahora nosotros somos pobres y pienso encadenada a la náusea que no, que nosotros no conocemos la pobreza, que hay gente que no tiene techo, ni agua aunque más no sea la saturada de cloro, que no saben si podrán comer hoy, que están rodeados como guetos por un ejército que intenta contener el virus o la miseria o el horror para que nosotros, los de los barrios más o menos privilegiados  no tengamos que ver a los que de verdad la están pasando mal, caminar por nuestras calles. No es cierto que somos iguales, o que tenemos las mismas oportunidades, que no es lo mismo ser rubia y de ojos verdes, delgada, bien vestida, bañada y perfumadita para salir a buscar un laburo. No es igual si ese mismo ritual de salir a buscar laburo, lo hace un otro de la villa que no tiene agua para bañarse, ni hablar de lavarse las manos, ni de la ropa o portación de cara, ni hablar si además sos gorda, trans, boliviano, peruano, paraguayo, diferente en un mundo que se divide entre ellos y nosotros, obvio, más para nosotros que pertenecemos al mundo regido por un capitalismo héteronormativo, patriarcal, desigual, con posibilidades tan básicas como comer al menos dos veces al día, estudiar sin hambre, sin estar rodeados de otros desesperados, rodeados de los dealers  que como buitres sobrevuelan para aprovecharse de la miseria carroñera, o de la policía que los detiene por escoria, o de una ley infame que no permite a los padres que se ayude al que cayó en las drogas y está perdido porque ahora resulta que el enfermo es el que decide si quiere o no salvarse.  

Nadie debería acostumbrase a eso. Nadie se acostumbra, se sobrevive…si tiene suerte.

Tiro el celular y cierro los ojos, los cierro tan fuerte que me duele el alma. Lloro, y pienso en que no, no quiero vivir así, y me ahoga la culpa de aquellos, los otros que si tienen derecho a llorar. Los otros que no son más que una circunstancia diferente a la mía, porque  tuve la suerte de que me tocó una buena mano en la tirada de Dios y sus dados. Siento que no tengo derecho a quejarme a pesar de estar sufriendo, siento que mi sufrimiento está cargado de banalidad y el de ellos no. No puedo olvidar esa pregunta tácita que hizo Jane Elliot: Póngase de pie al que le gustaría que lo traten como a un negro, como a un pobre, como a un trans, como a un gordo…Obvio, nadie se puso de pie y yo tampoco lo hubiese hecho, porque sabíamos lo que pasaba y pasa y miramos para otro lado. Ceguera selectiva o complicidad en el horror. Recuerdo las veces que un otro que vendía trapos de pisos, o medias o pedía por la calle se me acercaba y yo contestaba con ese no firme y despectivo que disfraza el miedo de que me contagiara su miseria, y a mis hijos que me decían: mamá, está vendiendo, tratando de sobrevivir como puede, ¿No te das cuenta? no le hables así, se amable. Y no, no me quería dar cuenta y hoy siento vergüenza.

Hoy me recuerdo que todo pasa, y si, todo pasa pero esta vez, no sé cuál será el mundo al que salgamos. Siento miedo. Nada será igual, eso es real, hay cosas que ya no estarán, como mi mamá por ejemplo a la cual pude despedir pero esta pandemia no me permitió llorar lo suficiente. Ella no va a estar en este mundo diferente al cual saldremos, y sentir esta orfandad me ahoga. La sueño, la sueño seguido y bien, sueño que me dice mientras acaricia mi cabeza,” tranquila, no es tan malo”, siento al despertar un aroma a vainilla y coco que solo vive en mis sueños con ella. Aún conservo su saco en el respaldo de la silla donde me siento a escribir, como si ese objeto de lana que usaba, conservara algo de sus abrazos y me calma. Sé que aún estoy en duelo, pero a ese duelo de orfandad se le suma el duelo de que el mundo a mi alrededor se está cayendo a pedazos, que las estructuras que conocía ya no me sostienen porque también están muriendo.

Que me dio la cuarentena? La visión, la náusea y la angustia.

Lo más difícil ante estos tres regalos, es quedarse quieta, no seguir ese impulso de huir y volver a la ceguera, dejar que esta angustia me habite hasta que…no sé, tal vez hasta que me permita seguir viendo lo que durante años no quise ver porque era más cómodo, o cuando podamos salir a la vida, que no permita que me olvide de todo lo que esta pausa obligada, quietud, confinamiento, me obligó a ver.

La utopía se me muere entre las manos.

Bienvenida al mundo real.  

 

 


domingo, 8 de marzo de 2020

Por qué no hay un día del hombre también?

Posted by Mercedes Mayol 13:52:00




Hoy es el día de la mujer, algunxs me preguntan por qué no hay un día del hombre también o a qué viene la moda esta de la lectura feminista o de género. Les respondo: Quizás porque los hombres no son asesinados, violados, descuartizados, quemados, ni el estado ni la iglesia les dice que hacer con sus cuerpos por ser hombres. Tal vez porque no fueron apoyados y tocados sin su consentimiento en los servicios públicos o en la calle, ni les mostraron los penes mientras se masturbaban frente
a vos, o porque no tienen miedo de caminar por la calle o viajar solos y no se ven obligados a llevar un gas pimienta en el bolsillo, o cuando usan estas redes para conseguir pareja no les viene el pensamiento recurrente de "tiene cara de violento" o creo que será mejor si me encuentro de día y en un lugar público por las dudas y mejor le mando la geolocalización a otra amiga por si me pasa algo. Tal vez porque aún perdemos hermanas y aún siguen habiendo femicidios, más de dos por día y esto incluye a la comunidad trans de la que nadie habla. Comunidad que debe ser llamada comunidad, onda gueto porque según la consigna de la heterosexualidad la normalidad y el ser humano pasa por lo que hace con su cuerpo un otro que como nosotras es discriminado y violentado por ser quien es y así no debería ser, poder ser quien sos sin etiquetas ni diferencias en el trato es un derecho. Siempre me pregunto si sos creyente, si te preguntaste alguna vez, qué sexo tiene el alma? o el espíritu? quién dice que dios es hombre?
Tal vez porque a pesar del tiempo en que vivimos, seguimos siendo la mujer de...y no Mercedes, María, Juana...una mujer simplemente una mujer. Tal vez porque si sos mujer y tenés una sexualidad libre y abierta seguís siendo una trola, una puta, esa que no tiene derecho a decir no " si te la estás buscando" dicen, mientras vos sos el campeón, el vivo, el más capo de tu tribu.
O quizás porque en ciertos ámbitos de elite como la medicina, hay rituales machistas que te hacen pagar derecho de piso en la residencia y esos derechos de piso incluyen violaciones, abusos o simplemente que a diferencia de los hombres para aplicar a un puesto en un hospital te pregunten hombres, si pensás quedar embarazada y si dudás o decís que si, quedás excluída y esa carrera por la cual luchaste 12 años se va a la mierda. Porque a nosotras nos pagan menos a pesar de estar mejor o igual de calificadas porque portamos tetas y una vagina en vez de un pene. O algo más trivial pero no menos grave, que te digan como deberías vestirte, o como comportarte, o como deberías verte o pesar para entrar dentro de los cánones de una belleza que viene mutando a lo largo de los siglos y es dictaminada por hombres y un capitalismo patriarcal nauseabundo.
Hoy es el día de la mujer por todas esas cosas y más. Hoy las marchas son para decir basta, para luchar y parar de una vez las muertes de todas nuestras hermanas, para poder ser libres de decidir porque la esclavitud se terminó hace rato y nosotras aún seguimos estando cautivas de un sistema patriarcal perverso que nos enjaula como animales y dicta las normas de qué y cómo debemos ser. Hoy es el grito de las brujas que no pudiste quemar, descuartizar o matar. Hoy es el grito de las brujas poderosas que somos, que dicen BASTA y que está dispuesta a luchar hasta las últimas consecuencias para ser libres y orgullosas de ser quienes somos: Mujeres.
El empoderamiento no es una moda, es un acto de supervivencia.
Entre el 1 de enero y el 29 de febrero, hubo 63 femicidios en el país, es decir, uno cada 23 horas. Ahora, el dato es más escalofriante: se suma una víctima cada 14 horas solo en #Argentina. Hoy el día y la lucha es nuestra por todas estas cosas y más que seguro se me escapan, pero ahí están.
#8M2020


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