viernes, 27 de diciembre de 2013

Retales Literarios 2013

Posted by Mercedes Mayol 20:45:00
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Bueno, comparto con Uds. esta alegría.
Un texto de mi autoría ha sido seleccionado y publicado por Retales Literarios

domingo, 8 de diciembre de 2013

De profetas y poesías

Posted by Mercedes Mayol 3:01:00

A veces me sumerjo en un tintero
Me derramo sobre tu almohada 
Garabateo tu sombra en la pared
Y borro con mi lengua lo que escribí con tu olvido
Me pierdo en los renglones de una página en blanco
Sello mis labios con esperma de alacrán
De esos que cuentan verdades impías
Sangro tinta 
Roja a veces
Otras azul 
Como un mar desesperado
Y me des-espero
Sin embargo me humedece una palabra
Un “Siempre”
Que sabe a “Nunca”
Que huele a salitre oxidado
Se repite como un eco
Que rebota entre mis piernas
Y me preña de insomnios tibios

A veces
Me sumerjo en un profeta
Y me convierto en poesía

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
07 de diciembre de 2013



miércoles, 27 de noviembre de 2013

Te espero

Posted by Mercedes Mayol 15:57:00

Te espero
En la orilla del casi
Llegas a alcanzarme
Derramando el fuego
Surcando ríos insomnes
Atravesando tormentas
Con el filo ígneo del pecado
Te espero
En la lluvia blanca
Anhelando tu boca
En el cielo gris
Presintiendo tu esencia
Y este calor me transforma
En un desierto de sales
Esta sal de tu piel
Que puebla mi lengua
Y en la que arrecian los mares
Te espero
Y me arrastra la marea
Me azota
Contra el acantilado azul de tu cuerpo ausente
Y esta loba roja
Hambrienta
Camina en la ansiedad de saberte cerca
Sus dientes se asoman
Muerden la luna
Aúlla la sed
Reclama tu carne
Y yo te espero
En la orilla del casi
Llegas a alcanzarme

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
27 de noviembre de 2013



sábado, 23 de noviembre de 2013

Piedad

Posted by Mercedes Mayol 3:13:00

Escribo
En las madrugadas níveas
De Cronopios sin sentido
Mi piel se desprende
Se muda a tu abrigo
Y cae mi pluma
Raspa eternidades
Con las garras de ese silencio ensordecedor
Que habita en los bordes de mi sombra
Escribo
Por amor
Por esta pasión que enciende mi corazón en blanco
Y danza mi vida entre letras y herejías
Mías
Sólo mías
Gritando los secretos
De mi sangre impura
Los pliegues de mis sábanas se convierten en marea
Que me arrastra
Me subleva
Me embeleza
Te recuerda sin aromas
Ausente
Presente
Lejano
Absurdo por que sé que ya no estás
Pero sí
Cuando te leo en mi cama
Y toco tu boca
Por que desperté tarde para amarte
Bajo las palabras sin sentido que pueblan la lluvia
Que se desliza entre mis senos buscándote
Humedeces mis labios
Y tiemblo
Presintiéndote
Prescindiendo de un nosotros
Y te escribo
En las madrugadas rojas
Por amor
Por error
Por piedad
Para no morir
Escribo
Por que te amo en esta poesía
Que alguna vez
Supo salvarme de mí.

©Mercedes Mayol 
Copyright Buenos Aires 
Madrugada Cortaziana del 23 de noviembre de 2013






domingo, 17 de noviembre de 2013

No deseo ser doncella

Posted by Mercedes Mayol 2:06:00

No deseo ser doncella,
Ni que me bajen la Luna
Yo deseo ser la fe
Esa que nunca acaba
Apasionada
Insensata
Loca
Bien desnuda y bien descalza
Hundir los pies en el barro
Y las manos en mi alma
Estirarme hasta el Hades
Rozando mi lecho en llamas
No deseo ser Juana de Arco
E inmolarme en la mañana
Ni esa princesa de cuento
Que espera un beso pasivo
y despierta demudada
Pecadora
Y su letra desterrada
Prendida en su pecho blanco
Esperando esa palabra
Deseo ser el dragón
La que escupe llamaradas
La que porta la corona
La que lucha
La que clama
Deseo atrapar mi luna
Y no agonizar lentamente
Esperando la esperanza


©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
17 de noviembre de 2013


sábado, 16 de noviembre de 2013

La noche es injusta cuando arrecian los sueños..

Posted by Mercedes Mayol 2:50:00

Tú no sabías
Te habías perdido
Escalando mis muros
De piedras rotas
Y grietas baldías
Las causalidades
se escurrían por mis piernas
Desgastaban las suelas
De una prisión de escamas
La miel se arrebujaba en las esquinas
Mientras el sol se derrumbaba
La luna se inquieta
Lo sabe
Hoy
La tormenta arrecia
Los porqués danzan
Y reptan sobre mi vientre blanco
Para enredarse en los pliegues
Del velo prohibido
Encienden la hoguera
Queman los recuerdos
Esparcen las cenizas
En mi lecho brillan las estrellas
Y te encuentro
Trepando la Torre
Presa
De ti
De mi
Y tú…
No sabías
Te habías perdido
Escalando mis muros
De piedras rotas
y grietas baldías
©Mercedes Mayol
Copyright 16 de noviembre 2013

viernes, 1 de noviembre de 2013

El club de los poetas suicidas

Mercedes Mayol

25 de octubre de 1938, 1 am. Alfonsina Storni abandona la habitación del hotel y camina despacio por las calles desiertas de Mar del Plata. Imagino que miró el mar, profundo, oscuro e insondable, como ella. La veo inspirar profundo por primera vez en mucho tiempo, libre pensó quizás, libre del designio de los dioses y de la enfermedad que pudre el cuerpo y devora el alma. Yo decido terminar aquí y ahora, en esos brazos que me fueron negados, a los que les escribí mil poemas que nunca escucharon… y se perdió para siempre, en las aguas encrespadas de mar tan temido e incomprendido como ella.

Este fue su último poema y epitafio:

Voy a dormir

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Alfonsina Storni. 

Horacio Quiroga se suicidó sólo un par de años antes, y ella le escribió un poema de despedida:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria...

Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán.

El final 

Alfonsina Storni. 



Una profecía de su propio final

11 de febrero de 1963, Sylvia Plath despierta como todos los días, las cenizas en el alma, el color sepia de una vida insoportable de levedades y absurdos se cuela por su ventana, esa vida que duele, que no espera a nadie y no da segundas chances. Con esa sensación de “hoy lo lograré, hoy superaré tu ausencia reencontrándome contigo”. Está sola y lo sabe, ya lo ha intentado todo y no logra encontrar su lugar. No logra ubicarse en este mundo. Es una extraña arrojada por algún dios desidioso a ese vacío que llena sus días.

Va a la cocina, abre la llave del gas, se arrodilla y apoya la cabeza en la tapa, quizás imaginando el regazo de ese padre que se fue demasiado pronto y la espera en algún lado donde el dolor no existe.

Su último poema es una despedida, pero no de la vida, sino del dolor que la acompañó siempre, hasta que se quedó dormida.

La mujer alcanza la perfección.

Su cuerpo

Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
la ilusión de una necesidad griega
fluye por los papiros de su toga,
sus pies desnudos
parecen estar diciendo:
hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
cada uno prendido a un pellejo
de leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
hacia su cuerpo como pétalos
de una rosa que se cierra cuando el jardín
se endurece y las fragancias sangran
desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras.



28 de marzo de 1941, Virginia Woolf se vistió, se acomodó apenas su largo cabello negro, se puso un abrigo de grandes bolsillos acomodando en ellos una piedra por cada pérdida sufrida en su vida, por cada despertar con su eterna compañera, la angustia, muchas por los estados de ánimo cambiantes que la enloquecían… fueron muchas las piedras que metió en aquel abrigo que acompañó su marcha hasta el río Ouse, al que escuchaba susurrar a diario las promesas de una paz que ella anhelaba y jamás había logrado encontrar. Se llevó con ella el dolor y la locura y las hundió profundo junto a su propia vida.

En su última nota a su marido escribió:

Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo —todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido, excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo.

Y sin embargo no fue suficiente.

25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik deambula en la noche eterna a la que se ha exiliado, sufre cada segundo de lo que otros llaman vida, todo le conmueve y la abruma, nadie comprende el por qué su piel es tan permeable a la desesperación. Pero allí está la amargura continua, las rutinas del aire que se empeña en entrar a sus pulmones, el sol que amenaza con levantarse terco sobre un horizonte que ya no sabe distinguir. Quiere huir, de este mundo, de sí misma, de esa conciencia que la hace abrir los ojos y ver de frente las sombras que acompañan a los seres que pueblan su universo de amargura. Toma el frasco de barbitúricos, ese que ha mirado tantas veces en las noches que aturden sus silencios. ¿Por qué no? ¿Para qué seguir? ¿Cuál es el sentido en un mundo donde la maldad subsiste e inmola el deseo? Sólo una más, piensa hasta quedarse dormida, inconsciente y por primera vez en paz, en esa noche que la oculta para siempre de sí misma.

La noche

Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.

Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte,
tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.

Pero no en esta vida…

Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ernest Hemingway, Cesare Pavese, Thomas Mann… y la lista sigue y sigue. Algunos le llaman el club de los poetas suicidas casi como una paradoja absurda, pues hoy para mí la poesía significa vida… una vida que trasciende aún a la muerte, aunque no siempre fue así. Confieso que durante muchos años la aborrecí, odiaba esa manera de adentrarse en ese mundo lúgubre y gris, o esa catarsis de desamores y resentimientos, en esos fuegos fatuos de un amor de verano que exuda intrascendencias.

Sin embargo, me gustaba Whitman, era el único poeta al que leía, porque le cantaba a la vida, claro que luego me di cuenta que él vivía inconsciente la mitad del tiempo, y que de alguna manera se suicidó lentamente hasta morir ahogado por el alcohol.

Me gustaban los poemas épicos, los de lucha, los de esa rebeldía de supervivencia a pesar de todo; y quizás sea porque no comprendí la poesía hasta que yo misma tuve la necesidad de escribirla, de sacar fuera mis demonios, de desbordar desamores y quebrantos, de buscarme a mí misma en cada letra, de recorrer con los dedos la áspera superficie de mi piel adherida a ese vacío que devora a veces la existencia.

Luego llegó el poeta, ése que plantaba sentencias mientras yo desnudaba mi cuerpo frente a un espejo roto.

–Es– le dije en un susurro intentando explicar lo que sentía al escribirla -diferente a cuando escribo una novela, es esta sensación de ser y no ser, permeable a ese algo que no es mío, algo a lo cual pertenezco o me rapta para hacerme su amante y su esclava, y toda mi existencia se resume a ese instante.

–Los poetas son profetas­– dijo él –el dolor hace la poesía, y la letra sólo con sangre entra.

Y yo me estremecí, como si alguien caminara sobre mi tumba.

–La poesía es profecía…concluí en aquel entonces.

Y la sangre brotó, a borbotones, por las llagas de unos ojos que morían a la inocencia  durante un período doloroso de mi vida… y no escribí, no quise hacerlo. Tenía miedo, un miedo irracional (o no) que me congelaba los dedos y el alma, a pesar de esa necesidad que latía dentro de mí, a pesar del desborde y el dolor. Y tal vez fue por eso que en ese período no escribí una letra, o comenzaba y me detenía temblando y cerrando los ojos para no ver el mundo, al menos no ese mundo.

Sentía que si escribía mi dolor, ese dolor se haría carne en los demás y en mí misma, que me condenaría al purgatorio de aquel club de poetas suicidas… y yo no quería morir, al menos, no así. Sentía que si escribía en medio del dolor, si sangraba mi pluma sobre la carne llagada, caminaría con Alfonsina hacia ese mar, me hundiría con Virginia y sus piedras dolientes, para dormir para siempre como Sylvia, y terminar en la encrucijada donde se destierra a los suicidas.

Una locura, lo sé. Pero ¿qué poeta no está algo loco? Qué poeta no transita desnudo ese no-lugar, esa no-existencia de instantes y destellos.

A veces siento que somos como Alicia, perdidos en un mundo neblinoso que se aleja a medida que caminamos hacia ese horizonte de soledades. Quizás se deba a esa necesidad de soledad que a veces sentimos, a ese disfrutarla y padecerla. O quizás porque escribir hace que inevitablemente caigamos profundo, dentro de nosotros y nos veamos tal cual somos, sin la máscara, sin el disfraz, sin la piel ni los ojos… y ese verse es un terrible y hermoso don que desgarra los ojos y asesina las visiones inocentes de los otros. “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma” decía Jung. Pero una vez que dejas que la poesía brote, no se trata de aceptación, sino de una irremediable realidad.

El poeta me dijo también, se necesita valor para escribir poesía, para escribir cualquier cosa, la cobardía limita. Y yo hoy creo, que eso que él llama valor, es en verdad honestidad, una honestidad desnuda y a veces brutal que nos deja ver la soledad como es. Nacemos solos y morimos solos, y en medio vivimos la ilusión de estar acompañados y esa inocencia, esa ilusión que se pierde cuando nace la necesidad y la desesperación de escribir-nos, de explicar-nos, de desnudar-nos, muere y pare dentro de nosotros miles de estrellas que agonizan. Salimos y entramos de este no-mundo, o demasiado mundo, no lo sé.

Quizás, aquellos poetas quedaron atrapados en la marea de ese lado oscuro de la luna-musa que nos enamora y arrastra sin preguntar.

Y sólo por las dudas, cruzo los dedos, toco madera y sentencio (o profetizo): yo soy poeta y una sobreviviente.

 


jueves, 31 de octubre de 2013

Nada

Posted by Mercedes Mayol 22:35:00

No se cuando comenzó
Sólo sé
Que un día desperté
Y yo ya no estaba
Me busqué en cada rincón
En mis cajones secretos
En mi torre derrumbada
Lamí la sal de mi piel
Y me resultó extraña
Sabía dulce
a sol de mediodía
Quemaba el crepúsculo
Sangraban mis alas
Mis pies, antes de cristal
Se volvieron tierra y agua
No se cuando comenzó
Pero entonces me estremecí
Y supe que no era nada…

©Mercedes Mayol 
Copyright Buenos Aires de lluvia
31-10-2013
Fotografía de Aneta Ivanova



lunes, 28 de octubre de 2013

Cenizas

Posted by Mercedes Mayol 0:49:00

No son mis cenizas lo que se llevará el viento
Serán recuerdos
Historias
Huellas que no pesan
Espacios en blanco
Una piedra azul perdida en una playa que jamás pisé
Un puente de piedra
Un acantilado
Un volcán apagado
Los brotes de primavera
El manto suave del río
Un caracol dormido
Mi sonrisa
Los llantos paridos de mi vientre de estrellas
Tu calor que no llega
Una estela errores
Los ruidos
Mi canto desafiante bajo la ducha
Mis secretos escondidos en la espera
Mi rebeldía apasionada
Mis pasiones rebeldes
Mi corazón en llamas
No
El viento no esparcirá mis cenizas
El viento
Esparcirá mi recuerdo
En las alas rojas
De un pájaro en vuelo

©Mercedes Mayol 
Buenos Aires 
27-10-2013

El cielo sobre Berlín

Posted by Mercedes Mayol 0:02:00

Estoy aquí, 
Con los brazos abiertos desde siempre
esperando a que caigas
Te respiro
Te inhalo como a un sueño 
Un cielo apacible que cobija en su regazo
Los besos contenidos de una tormenta de verano
La lluvia cae sobre tu rostro implacable
Se que me miras por las noches
Que bebes de mis sueños
Te embriagas de suspiros
Y yo te espero
Siempre te he esperado
En cada tintineo 
Debajo de un alero
Siento la brisa 
El aroma tibio de un susurro
Y vuelvo a abrir mis brazos
Se que estás aquí
Estamos
En mi soledad
En la tuya
En nuestro mundo construido de retazos
De recuerdos mudos dibujados con la arena
Con esta miel que se me escurre entre las piernas
Esperando el sueño
El despertar 
La historia
Esa historia escrita 
Con las plumas blancas de ave ausente 
Hoy me regalaron un llamador de ángeles de cristal
Y te recuerdo 
Y te esparces 
Otra vez
Siempre 
En esta duda que hace oscilar mi calma
¿Y si no soy yo?
¿Y si eres tú? 
¿El que espera con los brazos abiertos 
a que yo sea quien caiga?

©Mercedes Mayol 
Copyright Aquí...
Hoy, 27 de octubre de 2013
En este lugar del mundo

La reina de hielo

Posted by Mercedes Mayol 0:01:00

La reina de hielo danza desnuda
Monta en la cresta de los Dragones perdidos
Piel de arena 
Alma de trigo
Absorta su alma 
Besa el camino
Los espejos rotan
No la miran
La muerden 
La devoran 
Y se espantan de las alas que crecen entre sus dedos
Y la reina danza derritiendo el tiempo entre sus senos de nácar
Sangra la gloria 
Llora tormento
Ríen las caricias
Y el solsticio enciende el fuego de los veranos inertes
No hay lágrimas
No existe el suspiro
Inhala profundo 
Saborea el presente
Bebiendo el veneno y la miel de sus pasos
Sus pies de obsidiana 
Ya no tiemblan
No estorban
No temen
Se hunden como dagas
En las lenguas de barro 
de los Dragones dormidos
La reina de hielo 
No tiene corona
Su amante es la vida
Y su voz…el destino.

©Mercedes Mayol
Copyright 21-10-2013

martes, 15 de octubre de 2013

Exorcismo

Mercedes Mayol
Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.
Jorge Luis Borges




El bar cerró sus puertas, las calles abrieron sus fauces y una fina lluvia humedecía el empedrado de silencios sangrantes. Hacía frío y la idea de ser devorada por la ciudad le produjo un escalofrío que reptó por su espalda, no sin antes enroscarse en su corazón y clavar su aguijón infecto en él.

«Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar», murmuró por centésima vez en ese día; no era un rezo, sino una súplica para acallar las voces que regurgitaba el pasado, despertando el llanto dormido y congelando en sus ojos resecos las lágrimas que el orgullo le obligaba a retener. Esas lágrimas no derramadas transmutadas en veneno, un veneno que la estaba matando despacio, mientras se tragaba el resentimiento acumulado a lo largo de un año.

Su mente era un pueblo atascado en un sinfín de fantasmas estériles, perdidos en medio de un laberinto, en busca de un fauno al cual asesinar con su larga lengua.

Maldito.
No.

Dios concédeme serenidad…

Miró hacia el cielo oscuro y gris de una noche como tantas, en las cuales la culpa se apareaba con el pasado.

Se puso en marcha para llegar a su casa, donde la esperaban los espectros de una historia escrita con el elixir de la traición. El empedrado irregular entorpecía sus pasos, ya vacilantes, obligándola a caminar despacio, a escuchar las voces que susurraban desde el pavimento, atravesado por los autos que no se detenían a ver su dolor. La soledad dolía, vivir dolía, punzante, como ese latido interno que secaba su alma sedienta de justicia, pero ahí estaba.

«El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella» decía el Nazareno y por eso se tragaba el veneno, por eso se encerraba en su casa a esperar a ver el cadáver de su enemigo pasar por la puerta.

Ese enemigo al cual deseaba atravesar con su propia herida, desangrarlo en sus venas, arrastrarlo por el fango que la cubría, hacerle tragar las cenizas que vomitaba cada mañana, destrozarlo con las garras que parían sus dedos crispados de odio y de sombras.

La garganta se le hizo un nudo cubierto de púas y excremento, que soñaba apestara en la boca del infiel, del enfermo, del traicionero y psicópata ladrón de inocencia y de confianza. Había amado, así, con los brazos abiertos y el corazón en blanco, donde la maldad había escrito su legado. Había amado y no supo hasta entonces que sabía odiar, con ese hedor putrefacto de los muertos, con ese orgullo gimiendo venganza, con el pie anhelante por aplastar su cabeza y, si hubiese podido y podía, exponerlo en la plaza de su reino de dioses ciegos, desnudando su mísera existencia, desollándolo y arrancándole sus mentiras para clavarlas en una pica en el centro de su estúpido universo, ese universo donde él era su propio dios y su propio demonio.

Lo odiaba. Pero más se odiaba a sí misma por haber caído en sus palabras falsas, esas palabras que ella deseaba y necesitaba escuchar, que la habían convertido en Thais -la puta condescendiente de Dante- mendigando amor y traicionándose a sí misma; suplicando caricias, negando verdades que estaban frente a sus ojos y que no quería ver por miedo a aceptar que ella tenía una sombra de limo pegajoso e infecto. Abriendo sus piernas para que entrara la miel y supurara el veneno.

Verse, era lo que más la atormentaba, verse débil, resentida, destruida por el orgullo y la miseria; verse de frente y aceptar la simple verdad de que había caído, de rodillas, arrastrándose como una meretriz serpenteante que traiciona a su propia especie. Ella, la que no cruzaba fronteras vanas; ella, la que no creía en la belleza sino en la profundidad, había bebido del cuenco de la mentira y se había convertido en navaja, oscura, negra, afilada, venenosa, prejuiciosa y traicionera.

Sí…lo y se odiaba, y eso no lo estaba matando a él, que carecía de conciencia, la estaba matando a ella, lentamente mientras el mundo seguía su curso, mientras los otros reían y lloraban sin saber qué había detrás de su sonrisa congelada. Debió verlo, escuchar lo que decía y no lo que quería escuchar, y esa sensación de miedo en el cuerpo de ¡No puede ser!… Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no puede ser verdad? Y el preguntó: ¿No deseabas algo extraordinario?... y Thais se estremeció…

Tan simple como la navaja de Ockham:
Ante dos o más explicaciones a un mismo hecho, la más simple suele ser la más probable, pero no necesariamente verdadera… Aunque ella desconocía el enunciado.

«La mujeres que han estado conmigo me odian, me tratan de misógino y están destruidas», cínico él, estúpida ella que en vez de pensar agachó la cabeza y susurró para sus adentros «Ellas no supieron comprenderlo». Porque a sus ojos ciegos era magnífico, y sí, ahora sabía que la maldad tiene un rostro magnífico, unas manos suaves y de uñas ponzoñosas. Y tuvo que bajar al infierno para descubrirlo y descubrirse. Lo peor era la lucha, saber que podía vengarse y no hacerlo y desearlo, no a él, sino a sus entrañas desparramadas por el laberinto en el cual libraba la batalla.

Nunca creyó que la venganza tuviera un aroma tan dulce, no lo había comprendido antes, cuando leía sobre crímenes pasionales apuñalando traiciones en su propio cuerpo, creyendo que era el del otro.
No. Ella no era así, y sin embargo allí estaba, la venganza latiendo en sus entrañas y cubriendo su piel de manchas blancas, una por cada vez que había pensado en entregarlo a la policía, por cada vez que pensó en matarlo, por cada vez que se dio cuenta de que se burló de ella; por las veces que la usó, por el dinero que le robó, por la estafa moral y enferma de un ser que no merecía la pena, ni siquiera la alegría.

Pintor se decía, y era cierto, pintaba…mentiras y mitos que robaba de las vidas de otros porque ni siquiera eso era verdad. Cruel y enfermo emulador de Picasso, pero no de su arte, sino de su perversión.

Venganza. Frente, detrás, debajo, arriba y dentro de ella latía la sed de justicia, hora tras hora, día tras día, insomnio tras insomnio, mientras se consumía entre la decisión de lanzar al mundo la maldad o tragársela y purgarla dentro de sí misma. Qué tentador resultaba partirle el corazón a otros, de un solo golpe, de un solo tajo y desangrar su pena y su vergüenza: vengarse de él en otros, hacerles pagar su herida.

Dios concédeme serenidad gritó frente al sagrario...

Lo había amado, le había pedido a un simio con navaja que no lastimara su corazón; al rey de los mentirosos que no la engañara. Le abrió las puertas de su casa y de su familia a su asesino. Creyó en lo que quiso creer y estuvo dispuesta a sacrificar su propia vida para llevar adelante ese amor revestido con piel de hiena.

Él le habló con palabras mansas, al principio, palabras que ella quería oír, esas que entran despacio, subrepticiamente en el corazón y se vuelven caricias. Le dijo que quería formar una familia, le habló de moral, de su adicción superada por el alcohol, de lo fuerte que era. Le dijo que la protegería y que sería él quien la rescataría del lugar de donde ella misma ya se había rescatado hacía tiempo. Confió. Le compartió su dolor, su historia, sus más íntimas vergüenzas. Pero, cuando ella comenzó a sospechar, él preguntó:

- ¿A qué le temes?
- A que me estafes moralmente- le contestó ella temblorosa.
Y el rió, rió con ganas, cínico, manipulador:
- ¿Cómo voy a estafarte si no tienes nada?
Y era verdad, no tenía nada.
- ¿No crees que si tuviese que estafar, elegiría a una de las tantas mujeres con dinero que me siguen?

Y Thais agachó la cabeza una vez más. Era tan lógico lo que decía, que no lo vio venir, o no quiso hacerlo. Su orgullo no se lo permitió, porque en aquel entonces pensó: ¿Por que me sucedería esto a mí?, y ahora sabía la respuesta: ¿Por qué no?

No supo cómo había llegado a la estación de tren, últimamente tenía esos espacios en blanco, poblados de multitudes que la aturdían. Él se había ido hacía meses con sus pocos ahorros, su dignidad y su confianza. Esto último era por lo que más lo odiaba. Nunca había odiado a nadie, nunca había desconfiado de nadie, la gente era buena… en su mayoría. ¿Por qué le harían daño si ella no hacía daño a nadie? Esas cosas le suceden a otros, a los que viven odiando, a las mujeres débiles, a las ignorantes, a las estúpidas… como ella ahora.

Subió al tren y se apoyó en la puerta esperando a que éste partiera. Por el andén caminaba un loco, gritando a una mujer invisible:
-¡Puta traicionera!- gritaba gesticulando, como si la mujer lo persiguiera.

Ella lo miró con tristeza, el pensamiento comenzó a formarse pero no llegó a nacer -Pobre loco-, y se preguntó a sí misma: ¿Cuál es la diferencia entre ese loco y yo, él habla con alguien que no existe y yo, con alguien que ya no está?

El tren partió, el loco quedó atrás y sus conversaciones silenciosas la siguieron hasta llegar a la puerta de su casa. Subió los 36 escalones al purgatorio y se encerró en él.

Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.

Se sacó el abrigo. Su casa era un reguero de ropa y recuerdos, aún había cuadros de él apoyados contra la pared, aún había restos de su veneno tiñendo las paredes de espantos. Fue al baño. Las sombras oscuras enmarcaban sus ojos verdes y acuosos, mirándola desde el espejo. Recordó a aquel amigo, el adicto a la heroína que murió tiempo atrás, ese que se encontró en la calle y el cual ya no estaba, a pesar de estar hablando ahora con ella. Recordó la tristeza, nada comparable con el dolor que sentía ahora, o quizás no era el mismo tipo de sentimiento. Recordó sus ojos carentes de vida, el darse cuenta que hablaba con un cascarón vacío. Su amigo había partido hacía tiempo y ella se estaba licuando poco a poco, hacia el abismo de su propia destrucción. Las clavículas sobresalían como perchas en sus hombros, los pómulos eran dos escamas afiladas cubiertas apenas por la carne, la misma que tiempo atrás había ardido en sus brazos y ahora ardía, pero de odio.

Dios concédeme serenidad…

No se duchó, hacía días que no lo hacía porque costaba, todo le costaba. Comer era un suplicio, cenizas insípidas que cruzaban a ciegas el desierto de su garganta; dormir era ya una utopía, se acostaba vestida sobre la cama sin hacer, mirando el techo, rechinando los dientes, llorando en silencio para no gritar, aunque había noches en las que sí gritaba, sin palabras, sólo una letra: una A punzante y continua que empezaba despacio hasta dejarla aturdida y de rodillas, suplicándole a Dios que le sacara el veneno de adentro. Porque ella no era así, o tal vez sí, pero no deseaba serlo.

Aquella noche sin embargo no arreció el llanto, sólo el viento sibilante y el sonido del compresor de un aire acondicionado antiguo que no había escuchado cuando era feliz, pero que ahora acompañaba su insomnio. Los dientes no rechinaron, no crujieron los demonios, ni el dolor, ni la pasión enceguecida. No, sólo los recuerdos que deambulaban por la habitación a oscuras, como espectros a la espera de sentir el aroma ferroso del rencor.

Dios concédeme serenidad… su corazón latía, lo escuchaba, tum tum…tum tum…tum tum… y se concentró en ellos cerrando los ojos. Es fácil ser bueno cuando no se es herido. Es fácil amar cuando se es amado… es fácil dar cuando tienes… y ella tenía, tenía el poder de destruirlo si quisiera, y quería… pero no deseaba ceder, no deseaba ser como él. Pagar con la misma moneda, ojo por ojo… no. Eran leyes viejas, antiguas, y nadie en este mundo podría culparla si llevaba a cabo su venganza, quizás nadie lo sabría, sólo ella, y era suficiente.

Recordó sus palabras una vez más: Eres como una niña, inocente y confiada.
Sí, los monstruos suelen usar la verdad, sí lo era. Era así, confiaba -así, en pasado- en la gente. Ahora la herida supuraba y la cercanía de otros hombres la asqueaba, la hacía desear vengarse con ellos, con cualquiera. Pero sabía que eso no sacaría el dolor, sino que lo intensificaría más, porque no podría vivir con ella misma, porque sabría lo que estaba haciendo.
Por primera vez comprendió a los suicidas, esos a los que tildaba de cobardes por no querer enfrentar la vida, y se dio cuenta de que ellos sólo querían detener el dolor, el dolor que no para, que desgarra el alma y la vuelve cenizas.
Tum tum… dijo su corazón.

«Déjalo marchar… deja que purgue su propio veneno y destila el tuyo. Enfréntalo y vuelve», ¿Cómo era? Ah sí… “Lo que niegas te somete”. No eras buena, sólo que no tenías la oportunidad de ser mala, y aquí la tienes ahora: tu sombra alquitranada chorreando por tu piel de escamas.

No es agradable verse desnuda frente al horror, no, no lo era. Sin embargo, había algo de liberador en ello. La lucha continua consigo misma estaba llegando a su fin, la elección de ser o no ser era suya. Vivir muriendo un poco cada día, supurando su sombra, aceptar que esa existe, que vive en ella y que saldrá en la primera oportunidad que le depare una herida.

La noche la cubría, o vivía desde siempre dentro de ella… Tum tum… se levantó de la cama y encendió la luz. Prendió la PC y abrió el Word… Tum tum, latió el cursor en la página en blanco… sus dedos acariciaron el teclado, cerró los ojos y latió su alma antes de escribir:

Me pregunto qué diferencia habrá entre inconsciencia y estupidez.
Si lo uno precede a lo otro o es un final cantado.
Si la ebriedad es una excusa, o la excusa es la ebriedad.
Si la culpa es del puñal o de la espalda desnuda.
Si son tuyas las caricias o es mi piel que se desliza entre tus dedos.
Si el cántaro se rompió porque era de vino y no de agua.
Si existe el mundo porque lo veo y veo sólo porque estoy ciega.
Pregunto...
Y mientras tanto… el amor se me escurre entre las piernas. 

Y luego miró hacia abajo, y volvió a teclear:

nO oLvIdo
nO pErDoNo
nO vIvO
√v^√v^√…….
Desfibrila el alma
Siempre me he preguntado
¿Adónde irán los latidos
De un corazón detenido?

Apagó el ordenador, se dio una ducha, lavó su piel de recuerdos y caricias falsas y por primera vez en muchas noches, durmió sola sin fantasmas ni espantos.

Cuando despertó a la mañana siguiente, supo que había ganado esa batalla, pero su sombra seguiría al acecho, a la espera de otra herida, a la espera de esa venganza que esta vez, no se había permitido parir. Pero ahora, conocía su rostro…

©Mercedes Mayol
Todos los derechos reservados



lunes, 14 de octubre de 2013

Como es arriba es abajo...

Posted by Mercedes Mayol 16:09:00




Veo mi reflejo atrapado en el río
como si aquel axioma
“Como es arriba es abajo”
Fuese por un instante cierto
Y veo el cielo, 
los árboles, 
la vida
atrapados 
yo, ellos…todos 
en un espejo de ilusiones
y aún así
Terca y espesa
sigo el agua persiguiendo-me
para ver si es hoy…
si puede ser ese día
donde por fin me encuentro

Y me pregunto entonces
¿Qué sentirá el río al ser devorado por el mar?
¿Qué sentiré yo…si me devora mi encuentro?

Mercedes Mayol 
©Copyright 14-10-2013
Fotografía: La mujer del Lago by Dorota Korotko Photography


martes, 1 de octubre de 2013

 
 Por única vez ,dos publicaciones en un mismo mes por la calidad extraordinaria del material recibido: PECADOS CAPITALES Edición crítica y opinión: 1º de octubre 2013 Creación Literaria y artística: 15 de octubre 2013 ¿Qué percepción tenemos sobre los pecados capitales? ¿Existe la posibilidad de transmutación del pecado en virtud? ¿Son parte inherente de la humanidad? 33 Voces de todo el mundo, se reúnen en esta oportunidad, para analizar, enfrentar y develar un tema que nos atemoriza y nos tienta desde tiempos inmemoriales Agradecimientos: Gabriela Fonseca
Ángel Fuentes Balam
Rita María Gardellini
Miquel Giménez
Esteban Gutiérrez Gómez
Elías Silva Hernández
Marta Kapustin
Raul Lara
Jorge Ariel Madrazo
Gabriela Martín del Campo
Saúl Martínez Ortíz
Mercedes Mayol
Iván Medina Castro
José Ortega
Pedro Palencia
Daniel Pico
Carlos Priego
Diana Rosas Castro
Valentina Sanjuan
Marianna Stephania
 Silvia Tombolini
Álvaro Torres
 Universus
Mariela Villegas R
Teresa Waisman
 Gracias siempre por acompañarnos



lunes, 23 de septiembre de 2013

Regreso

Posted by Mercedes Mayol 2:26:00

Abre tus alas
Le dijo
Con sus labios de esmeraldas
Con ese filo sutil
De las promesas calladas
Cercó su piel de silencios
Acechando sus palabras
Sus senos estremecidos
Repletos de miel quebrada
Que manaba de su vientre
Hacia una luna escarpada
Los ríos se detuvieron
Atrapando su esperanza
de soles desesperados
Sobre unas sábanas blancas
Regreso,
Le dijo él
Y ella…
Plegó sus alas

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires

23 de septiembre de 2013

domingo, 22 de septiembre de 2013

Órbitas

Posted by Mercedes Mayol 21:58:00



Hay días donde me orbita el silencio convirtiendo mi labios en lunas crecientes, 

atrayendo hacia sí, todos los secretos y herejías...
Hay días donde orbito el silencio y me atraen mis lunas.
©Mercedes Mayol

sábado, 21 de septiembre de 2013

Siempre habrá shampoo ♥

Posted by Mercedes Mayol 2:14:00

Hay seres que Dios deja caer a la tierra, como esas semillas de diente de león que soplamos cuando niños pidiendo un deseo.
Caíste, flotaste, pululaste de vida en vida sin arraigarte a ningún lado. Tu hogar fue el mundo en sí mismo, como podría haber sido el cielo o el mar, daba igual.
Te has marchado, y hoy me pregunté por un momento, si alguna vez estuviste realmente. Recordé tu presencia intermitente, tu incapacidad de sentir rencor hacia nada y hacia nadie. Una anomalía producida por falta o sobrecarga de genes, ¿quién puede saberlo? Sólo aquel que te lanzó a este mundo con un destino tan insólito como tú. Quizás, no eras humana, quizás eras como esas estrellas ya extintas que se ven en el cielo pero ya no están, esas que han desaparecido hace miles de años y persisten en el recuerdo de un cielo pendenciero y rebelde que se niega a olvidarlas. Puedo decir sin embargo, que aún sin materia, o tal vez siendo, y esto es solo una teoría personal, materia pura y de una simpleza sorprendente, supiste parir misterios. Unos insondables como la mirada de un niño que nunca fue niño y otros profundos como esos lagos acerados que parecen no tener principio ni final. No tocabas, rozabas las vidas, y digo rozabas, por que no te aferrabas a nada, no echaste raíces, no te apoderaste del viento, por que vivías dentro de el. Eras como Withman, una semilla envuelta en un poema, una llama que se encendió un día y se fundió en su propio horizonte. Yo te recuerdo, te recordamos, te recordaremos… pendencieros, rebeldes, esperando encontrarte en un colectivo, o a la vuelta de la esquina con el poncho, el folklore, la sonrisa errante que viajaba de un lado a otro buscando ese lugar que seguro encontraste al irte a dormir, despertando del otro lado.
Puedo decirte a modo de hasta luego, y espero me lo recuerdes cuando nos volvamos a ver, que has dejado huellas, intangibles y de peso,  en este mundo que no comprende de miradas mansas y que esas huellas, marcaron mi vida y la siguen marcando, acompañando. Me quedo, si me lo permites, y espero lo hagas, con tu anomalía de estrella, con tu incapacidad de sentir rencor, con tus misterios y mansedumbre.
Y como aquel día, y esto es sólo para aquellos que te conocimos, te cuento:
- Hay shampoo…
Gracias por titilar en nuestras vidas.

Buen viaje estrella dormida.   

Mercedes Mayol
20-09-2013 Buenos Aires

miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 de septiembre

Posted by Mercedes Mayol 23:55:00

El 11 de septiembre de 2001, me encontraba trabajando en el piso 18, en el buffet de unos famosos abogados, en la zona de tribunales. Recuerdo con nitidez el sol entrando por la ventana de mi oficina, la cúpula del Palacio Barolo,  el aroma a tabaco y café, las voces ahuecadas de la gente en sus propias oficinas y el apuro por terminar un informe para un banco de renombre. Recuerdo el fastidio que sentí por la interrupción del timbre del teléfono. Recuerdo levantarlo, poner el auricular en mi oído y la frase que me sobrevino después:
-          Estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas.
No comprendía lo que me estaban diciendo, no comprendí lo que estaba viendo cuando un minuto después entré en la sala de reuniones y miré las imágenes en la tv que se usaba sólo para presentaciones en ciertos casos judiciales. Era como una película, la gente gritando, el humo, la confusión, como Infierno en la torre, pero real. Luego el derrumbe y el silencio…ese silencio que precede al espanto, al dolor, al sinsentido.
Recuerdo que las lágrimas caían, mi mano derecha cubría mi boca, como intentando acorralar el grito de pena que bullía dentro, mientras mi izquierda, con los dedos crispados se aferraban al respaldo de una silla de la cual me sostenía, mientras las torres caían.
Recuerdo los comentarios, lejanos…
Por Dios…!
¿Es real?
No puede ser…
Yo no atinaba a reaccionar. Por primera vez en mi vida sentí miedo, un miedo apocalíptico, insano, irracional. No sabía que hacer. Me sentaba, me paraba, caminaba de un lado a otro y volvía a sentarme mientras la gente en la tv corría aterrorizada y gritaba. Vi una mujer que deambulaba aturdida en medio del polvo de huesos y cemento, gritaba, su boca abierta en una mueca de horror que me drenó hasta la última gota de cordura, perdida, ella, perdida yo, todos, en medio de las ruinas de una civilización que se devoraba a sí misma.
No terminé el informe, no terminé la jornada. Ninguno de nosotros lo hizo. Ellos, tampoco lo hicieron.
Aquella mañana las miles de personas que murieron, desayunaron en sus casas como nosotros, besaron a sus hijos, como nosotros, se despidieron de sus esposos, esposas, madres, padres, como nosotros, tomaron el bus, el subte, sus autos y fueron a sus trabajos, como nosotros. Solo que ellos no regresaron como nosotros.
Al día siguiente no pude ir a trabajar. No pude levantarme de la cama por que el mundo carecía de sentido. Los comentarios eran muchos, entre ellos supuró el “Se lo merecen”. Y comprendí aún menos. Por que nadie merece morir así. Nadie merece perder a sus padres, sus hermanos, sus esposas, sus esposos, sus hijos de esa manera violenta y voraz.
La política y los motivos egoístas de las guerras quedan fuera cuando se asesina a inocentes, al menos para mí. Nunca he comprendido las guerras. No las entiendo. No entiendo la violencia, el abuso, el desenfreno por un pedazo de tierra o una creencia diferente a la mía, o por que no nos ocupamos de darle de comer a los 35.615 niños que ese mismo día murieron de hambre en algún lugar del mundo.
No comprendo el porque de las madres sosteniendo en sus brazos los cuerpos sin vida de sus hijos o a los hijos llorando sobre el cadáver de sus padres.
No comprendo.
Recuerdo ese día como si fuese hoy, por que el día después del 11 de septiembre del 2001, cuando aún no se asentaba el polvo ni el dolor, en medio de la búsqueda desesperada de los cuerpos, me enteré que esperaba una hija. Recuerdo que me abracé a mi misma en un intento desesperado por proteger la vida que crecía dentro de mí, como en algún momento crecieron aquellas vidas que fueron arrancadas antes de tiempo por otros, que como ellos alguna vez, se abrieron paso a la vida, de un vientre como el mío en algún otro lado del mundo.
Tres años después, asistí al entierro de las víctimas de la República Cromañón. Y sufrí el mismo dolor que aquel día, solo que esta vez, el dolor de la muerte absurda tocó a mi puerta, estaba en casa y tenía otro rostro. El rostro de la desidia.
Pero era el mismo absurdo.
Era el mismo mundo.
Un mundo que se devora a sí mismo.
En el que nos devoramos unos a otros.
Este mundo.
El nuestro.

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
11 de septiembre de 2013





lunes, 9 de septiembre de 2013

Creencias populares

Posted by Mercedes Mayol 0:02:00

Contrario a la creencia popular, 
Los corazones rotos, no suelen hacer ruido. 
Ciegos en medio de las sombras
Mascullan su silencio quebradizo
¿El porqué? Es un misterio
Cuentan las leyendas
Que el primero se devoró a sí mismo
Un marino errante, 
(de errores)
Si mal no recuerdo
Arrancó de su pecho los sonidos andrajosos
de su corazón herido
Y los arrojó al mar con él adentro
Unos días después fue encontrado 
(El corazón)
En una playa solitaria 
Por una doncella infiel
Que con sólo respirar
Latía silencios
Nimiedades
Sinsentidos 
Hueca por dentro
Cubierta de perlas 
Afeites
Insatisfacción 
Egoísmo
Tomó el corazón en sus manos
Se lo colgó al cuello
Y fue devorando con él 
cada amor que encontró en su camino
Cuando la doncella murió, 
De sífilis 
Y de olvido
El corazón se quebró
Y sin emitir sonido
Se devoró a la doncella
Condenándose a si mismo
A vivir entre los necios
Como si no hubiese existido

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires
08 de septiembre de 2013

jueves, 5 de septiembre de 2013

Salverdades

Posted by Mercedes Mayol 19:23:00

Quizás lo más difícil
no es mantener la verdad
Sino ocultar la mentira
Usar el traje de un difunto
No hace de la vida su destino
Dar vueltas a la izquierda
Compensar la derecha
Intentar los medios
Andar a tientas como aquel ciego
Colgar sus retratos en las paredes
Para admirarlos
Embriagarse con ellos
y odiarlos luego
El problema son los fantasmas
…Y es que tienen la mala costumbre
De jugar a los dados
con la cabeza de los muertos.
No,
lo más difícil no es escupir la verdad
Lo más difícil,
Es asistir a su entierro

©Mercedes Mayol
Copyright Buenos Aires

05 de septiembre de 2013
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