
Ya lo decía mi mamá cuando la tía
Clotilde me mandó a estudiar periodismo a Buenos Aires, y lo más cerca que
había llegado era a la aspiradora de la redacción del diario.
Y ahí estaba limpia que te limpia
mirando a esa pobre chica tan triste y sola que me partía el alma. La pobre pasaba
los días en ese escritorio adornado con porcelanas de gatitos y bailarinas y
una maceta con una flor de plástico. No tenía ni una sola foto de nadie que la
quisiera...